domingo, 10 de junio de 2007

5 AFORISMOS Y 2 APÉNDICES SOBRE DIANE ARBUS. José Carlos De Nóbrega


AFORISMOS Y 2 APÉNDICES SOBRE DIANE ARBUS. José Carlos De Nóbrega

5 Aforismos y 2 Apéndices sobre Diane Arbus.
José Carlos De Nóbrega.
¿Proclama la provincia que eres bella
y contigo comparan a mi Lesbia?
¡Oh siglo necio y falto de elegancia!
Gayo Valerio Catulo, 20 poemas de amor.
1.- Todo para ellos sucede como en un cuento de hadas. Los monstruos nacieron con su trauma. Ellos ya han pasado su prueba en la vida. Ellos son aristócratas. Diane Arbus. La obra fotográfica de Diane Arbus es una apología a la tara física, psíquica y social como síntoma inequívoco de la belleza, al margen de los convencionalismos sociales y estéticos que fundan las megalópolis como Nueva York; precisamente, su morboso encanto nos aguarda en los callejones, los prostíbulos y los círculos circenses y marginales. No es de extrañar que una película como Freaks de Todd Browning –condenada y sepultada durante años en los anaqueles de la censura moralista de Hollywood- excitara su mirada perturbadora, erótica y lasciva. El discurso fotográfico de Diane Arbus es frontal, descarnado y prevaricador; su extremismo plástico nos retrotrae la poesía de Charles Baudelaire, la desgarradora narrativa libidinosa del Marqués de Sade e incluso la crueldad del trazo en Goya como retratista implacable de su tiempo. En la foto A young brooklyn family going for sunday outing, el rostro desquiciado del hijo mayor rompe la solemnidad y severidad del grupo familiar; el género del retrato en familia es satirizado magistralmente por un ojo que procura anarquizar la abulia del domingo en Coney Island. La escena de Jewish Giant at Home... registra a un gigante doblando la cerviz ante una madre castradora y un padre indiferente, como si fuese una relectura de La Metamorfosis de Kafka: el Lar comprime y deprime en blanco y negro, sin misericordia. Va de la mano con el entorno familiar de la artista, disfuncional, caótico y sometido a la tensión habida entre la moralidad burguesa y judaica -plena de acoso punitivo y terrorista- y el exhibicionismo y la disposición primaria a la orgía y el libertinaje. No en balde Diane mostraba a sus íntimos su colección iconográfica de testículos, como si los ovoides fetiches constituyeran bocetos que prefiguran una obra mucho mayor. Fotografiar lo monstruoso, lo aparentemente maligno, es el sucedáneo inverso de la búsqueda mística: congraciarse con el otro en su dolor, atizada la mirada en una ternura sin par.
2.- A veces, Diane pensaba que su terror estaba vinculado a algo que yacía en lo más profundo de su subconsciente. Cuando contemplaba el esqueleto humano o la mujer barbuda pensaba en un ser oscuro y antinatural que llevaba oculto dentro de sí misma. Patricia Bosworth. Hay una serie de fotografías que vinculan lo político con lo grotesco, lo oprobioso y lo terrorífico. Son las referidas a las convenciones o cónclaves de los partidos tradicionales en Estados Unidos. Los valores de identidad nacional y pertenencia son reducidos a la ridiculez, el despropósito y el mal gusto. En Man in an indian... el penacho piel roja constituye una máscara que refuerza el insulso e ingenuo optimismo del ciudadano caucásico y protestante, envuelto en un jolgorio alienante que deslegitima el discurso libertario y el disentimiento. Otro partidario es atrapado por la cínica mirada transparente del lente: la reveladora pose es la de un pálido y escuálido zombie con la visión extraviada en ningún lugar, la bandera a la diestra y las chapas de la propaganda en el pecho como si fuesen medallas que premian la medianía y el anonimato en los bleachers del Yankee Stadium o en las butacas del Madison Square Garden. Una tercera fotografía no nos sacude tal apreciación pesimista de la ciudadanía: el rostro cetrino y desencajado dirige sus ojos desorbitados al cielo encapotado, la Nueva Jerusalem quizás, éxtasis que tiene su apoyatura en el distópico bullicio terrenal que es el Fin de Fiesta de las Ideologías. Estas gráficas preñadas de escepticismo pudieran ilustrar el Diccionario del Diablo de Ambrose Bierce, profundizando su espíritu anárquico, rebelde e iconoclasta. Ya se lo había aconsejado Lisette Model en las aulas de The New School: “no disparéis hasta que el sujeto que enfocáis os provoque dolor en la boca del estómago”. Es el imperio de lo visceral y lo poético en oposición sin cuartel al academicismo remilgado y rococó propio de corsarios protestantes, cazadores de brujas y peregrinos amodorrados en pías ensoñaciones. El Portafolios de Diane Arbus encadena imágenes chocantes pero dotadas de una conmovedora belleza, en una letanía dionisíaca que la emparenta con Baudelaire: “Padre adoptivo de aquellos que, en su cólera, / Del paraíso terrestre arrojó Dios un día, / ¡Oh Satán, ten piedad de mi larga miseria!”.
3.- Sus fotos en alguna medida fueron ese espejo donde pudo conocer(se) y descifrar(se) esa monstruosidad que en algunos vive muy bien guardada y en otros escapa a la superficie como una extraña metáfora que cala los huesos. Carlos Yusti. La monstruosidad física o la marginalidad social son pretextos pertinentes para diluir la falsa frontera entre la normalidad y la psicopatología. Sin necesidad del peyote ni de los cadáveres exquisitos garrapateados por los psiquiatras, nos reconciliamos en la fealdad aparente de nuestro espíritu escindido y confundido. El vouyerismo interno no es más que la experimentación en el asombro del cielo y el infierno terrenales; sin la mediación de los mercaderes del templo que nos azuzan con diluvios e incendios veterotestamentarios. Ello acarrea consecuencias en el campo estético: la fotografía deja de ser la analogía chata de la realidad externa para proponer discursos sorprendentes, inéditos y creativos que ennoblecen el sufrimiento de la humanidad a la vera del progreso positivista y pecuniario. Norman Mailer reivindica la transgresión liberadora que ocupó su obra entera: “Darle una cámara a Diane Arbus es como darle una granada de mano a un bebé”. La alusión a El Niño con Granada... es de perogrullo: La figura central nos reta en una pose trastornada y esquizoide, presidiendo un paisaje bucólico de fondo, estallido embargado por la luz, que contrasta con los paseantes y el árbol que cubre las espaldas del infante abyecto que disuade al espectador granada en mano. En El Bosque de los Elegidos de José Napoleón Oropeza, los niños al quemar a Guy Fawkes subliman el defenestramiento de un orden de cosas opresivo, decadente, caduco. Este rito desmitificador y purificador es un hipertexto derivado del poema de T.S. Eliot que chisporrotea así: “Somos los hombres huecos / somos los hombres rellenos / nos apoyamos juntos / la cabeza atiborrada de paja. ¡Ay! / nuestras voces secas, cuando / susurramos juntos / son silenciosas y tontas / como la brisa sobre la hierba seca / o pisadas de rata sobre trozos de vidrio / en nuestro sótano vacío...”
4.- Si ver es el atisbo de algo que está más allá de nuestros fantasmas y creencias, y mirar es la concreción de estas creencias en la escena, sucede que estamos mirando cuando creemos ver, y algunas privilegiadas veces podemos ver en lo que miramos. Fernando Yurman. La fotografía de Diane Arbus es equiparable a la cacería de ciervos, pues más allá del rifle y la técnica entraña la asunción de un modo de vida auténtico y –por ende- arriesgado. Simplemente nos hacemos eco de las voces críticas y cálidas de Carlos Yusti y Marisol Pradas, aproximaciones sentidas al discurso estético de Diane que hemos publicado en la página blog del Grupo Li Po: http://grupolipo.blogspot.com/. La artista norteamericana se vinculó con los freakies y los personajes que fotografió sin conceder un ápice a la preceptiva positivista ni funcionalista. Para Yusti era una cazadora de la belleza convulsa: “Diane Arbus comenzó a recorrer las peores calles de Nueva York con su cámara a punto de disparo”. Marisol, en otro intento transparente, sentencia que “Arbus persigue y fotografía sin piedad ni dolo a los habitantes más marginales de Nueva York”. Antón Castro nos lo ratifica: “Con una gelidez de entómologa, no exenta de morbo y de elevada concentración, captó excéntricos y marginados, seres anormales o miserables (ancianos exóticos, empleados de circo, príncipes vagabundos, malabaristas místicos a lo Uri Geller, ciegos o proxenetas) a los que encontraba por las calles y seguía de ciudad en ciudad con una devoción que parece casi una enfermedad”. Sólo que las presas no estarían recluidas en la curaduría claustrofóbica de los zoológicos, museos o manicomios; Diane Arbus propone la construcción participativa de la muestra en el paisaje urbano, en la tela de araña de sus calles, avenidas y pasadizos secretos. Valiéndose de la conversación y el contacto carnal con sus retratados, antecedente que excede las modalidades de Historias de Vida e Investigación-Acción, obtuvo la preciosa calidad dialógica de su oficio fotográfico que aún impacta nuestra mirada atrofiada por los excesos del hiperrealismo estético y mediático.
5.- Lo que un fotógrafo hace, al mostrar un objeto o personaje (desde un punto de vista determinado) es producir un cierto número de connotaciones, de significaciones que quedan ahí, para que el espectador las perciba. Raúl Beceyro. No cuenta entonces la taxonomía esterilizante del prójimo actante y doliente; la ciudad es un museo abierto en el contacto activo de los espectadores y los retratados, confundiéndose los roles en la disonancia y el caos. Leemos rostros que se apiadan de nosotros mismos en la precariedad de la mirada mutua e inevitable. No se sabe quién es el pez y quién el ictiólogo: Identical Twins (1967) es técnicamente el hipotexto de las gemelas ensangrentadas del film The Shinning de Stanley Kubrick, las cuales importunan el paseo en triciclo del niño vidente. Sólo que la maestría de ambos supone la ruptura de las categorías en pro del goce estético.
Apéndice 1.- Pero desearía saber el por qué usted toma fotos si no es prostituta. Y si soy puta cómo hago para no tomar más fotos. ¿Cómo hago para detener esto? A veces, no me importa el dinero. Tomo fotos porque me enamoro. José Napoleón Oropeza, El Bosque de los Elegidos (1986). Esta novela posee un gran sentido poético y plástico, saliendo su autor muy bien librado en la aproximación transgenérica, generosa y –sobre todo- amorosa a la vida y obra de Diane Arbus por vía del don multisugerente de la palabra. No es una embustera reproducción documental ni biográfica de la fotógrafa de Nueva York; no falla en la búsqueda del fútil respaldo en los discursos autorizados de las modas intelectuales, mucho menos se centra en una consideración amarillista y ventajista de su escabroso tema. La ficción se vale por sí misma, configura imágenes poderosísimas de alto vuelo expresivo. El pasaje referido a la visita que Diane tributa a Brujas, se nos antoja memorable dada su imaginería sensual, surrealista y colindante con los pintores flamencos y –en especial- la monstruosa obra plástica de René Magritte: “Pero habría de soltar los deseos, los pañuelos, el pelo, echar al río todas las prendas e ir aproximándose al corazón de Brujas sin otra vestimenta que los pendones colgantes de las ventanas y balcones. Cruzaría los puentes, palparía el aire para encontrar los personajes que atraviesan los puentes de día y en la noche se ocultan sin dejar huellas ni resplandores: sólo el agua sorbiendo luz y luna”. La cita constituye una placentera contemplación del cuadro El Imperio de las Luces de Magritte, lienzo que establece un magnífico diálogo de luces y sombras en la impunidad y la simplicidad de su proposición plástica. El tratamiento y la construcción de los personajes nos parecen impecables y acordes con la atmósfera ambigua, apasionada y problematizadora del texto novelístico. Diane se abalanza sobre la condición hermafrodita de Glen: “Le pareció hermoso su cuerpo; siempre le pareció hermoso y eso bastaba para que el mundo fuese un espasmo, la arruga en la alfombra, el doblez creado por dos cuerpos anudados”. La fotografía implica no sólo detener un determinado instante cargado de elemental poesía, sino fijar en el manjar caníbal que es el ojo al objeto iluminado por el deseo y la posesión que rayan en lo patológico.
Apéndice 2.- ¿Es necesario decir que nuestras vidas son todo salvo ejemplares? Aléjate de las películas biográficas. Aléjate de las películas sobre artistas. El cine ha infamado, una y otra vez, a pintores, escritores, fotógrafos. Marisol Pradas. Evidentemente, resulta un contrasentido abordar la obra de un artista a través de una consideración ramplona y chismosa de su biografía (en especial si se califican de morbosos y políticamente incorrectos algunos de sus pasajes). Sin embargo, la película Fur: An imaginary portrait of Diane Arbus (2006) de Steven Shainberg es un homenaje digno y, si se quiere, romántico a Diane Arbus como artista y ser humano. Nicole Kidman, más bella que nunca, realiza un trabajo actoral impecable y sutil; encarna a un contradictorio espíritu que va en pos de su descubrimiento y liberación interior. La atmósfera deviene en una estremecedora saudade que evoca paredes enteras, tapizadas y bendecidas con copias de la obra fotográfica de Diane; la mirada sensible del director hace una recreación imaginativa y tierna del posible proceso formativo de la fotógrafa de los bajos fondos de New York. Su primera presa es un fenómeno de circo que experimentará una transformación licantrópica a la inversa: el freakie –interpretado por un recobrado Robert Downey Junior- se despoja de la máscara que le margina para humanizarse y morir al igual que el Cisne Dariano. La película deja abierta en los compartimientos vacíos de un álbum -o portafolios por construir- la obra de Diane, la cual nos sigue golpeando en la boca del estómago. La fotografía, en este caso, es poesía que toca e invade la totalidad de los intersticios del alma. El ojo furtivo de la cazadora se magnífica en el banquete indiscriminado de la belleza de los objetos, en la ausencia de los cánones que extravían la mirada asombrosa (única posibilidad de diseccionar el vítreo globo que nos ampara).
Valencia de San Desiderio, 2 y 4 de junio de 2007.

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